Históricamente a los laboratorios clínicos se les ha relacionado con la adquisición de enfermedades infecciosas por parte de su personal. En 1941 Meyer, K.F y cols. (1) publicaron un estudio de 74 infecciones adquiridas en laboratorios de Estados Unidos asociadas a Brucelosis; con ello demostraron que el descuido y las malas técnicas en la manipulación de materiales infecciosos eran un peligro inminente, tanto para quienes trabajan en laboratorios como para la sociedad y el medioambiente. Tres años más tarde, otro equipo de investigadores dirigidos por Sulkin y Pike (2) realizaron una nueva investigación sobre infecciones adquiridas en el laboratorio. Los resultados arrojaron 222 infecciones virales, de las cuales 12 resultaron fatales. Además, a partir del análisis de los datos, se observó que un 12% correspondía a accidentes declarados, concluyéndose que la fuente probable de infección estuvo relacionada con la manipulación de animales y tejidos infectados. Luego, en una segunda investigación (3) basada en un cuestionario enviado a 5.000 laboratorios de Estados Unidos, se evidenció que un 72% de las infecciones de origen bacteriano adquiridas en el laboratorio correspondían a tuberculosis, tularemia, tifoidea, infección estreptocócica y mayoritariamente brucelosis. De estas, el 3 % resulto ser fatal y sólo un 16% estuvo asociada a un accidente documentado, a partir de lo cual se concluyó que las infecciones fueron adquiridas producto del mal uso de jeringas, agujas y del pipeteo con la boca. Más tarde, (4), se reportaron 3.921 casos -y al igual que en el estudio anterior- las infecciones más recurrentes fueron la brucelosis, tifoidea, tularemia, tuberculosis, hepatitis y la encefalopatía equina venezolana, con una frecuencia de documentación de los accidentes de tan sólo un 20%. Con esta información, Sulkin y Pike concluyeron que la fuente posible, pero no confirmada de las infecciones adquiridas en el laboratorio estaba asociada a la exposición a aerosoles contaminados.
Esta hipótesis ya había sido corroborada en un estudio realizado por Hanson y cols. (5), cuando se reportaron 428 infecciones directas en el laboratorio por arbovirus, siendo la primera vez que este virus se relaciona con una infección dentro de un laboratorio. Es más, en 1974 Skinholj (6) observó que la frecuencia de contagio de Hepatitis era siete veces superior en trabajadores de laboratorio respecto de la población general de Dinamarca y un estudio realizado por Hamington y cols. (7) demostró que el riesgo de contraer tuberculosis para los laboratoristas era cinco veces mayor que para la población general de Inglaterra, destacando que la tuberculosis, hepatitis B y la shigelosis fueron las infecciones más frecuentes en el Reino Unido atribuidas a la inseguridad en los laboratorios.